San José de Calasanz

Desde el año 2024, tras la reforma de nuestras Reglas, se incluyó como titular letífico de la Hermandad a San José de Calasanz, fundador de la Orden de los Clérigos Regulares pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías, y tan vinculado a nuestra Hermandad debido a la relación con las Madres Escolapias y el Colegio San José de nuestra Ciudad.

Nuestra Hermandad posee una reliquia de primer grado de San José de Calasanz, que es portada por un hermano en la Estación de Penitencia, abriendo uno de los tramos de nazarenos que integran el cortejo.

Además, una imagen del Santo Fundador Escolapio preside la Capilla de Capuchinos, y recibe culto por parte de la Comunidad Escolapia en Cabra y nuestra Hermandad.

La imagen es de madera tallada, dorada y policromada al óleo, con encarnaciones al medio pulimento y aplicación de postizos (ojos de cristal, cuero, papel y otros aditamentos).

Presenta la obra al fundador de las Escuelas Pías y patrón de las escuelas cristianas –de educadores y maestros- en una de sus iconografías más difundidas: flanqueado por dos niños, uno rico y el otro pobre, mientras sostiene la cruz patriarcal y un libro en el que aparece el escudo escolapio y la frase Si enim deliojenter teneres annis Puem pietate et literis imbuantur, feliz totus vitae cursus proculdulio speran dus est (Si desde su más tierna edad son imbuidos diligentemente los niños en la piedad y en las letras, hay que esperar sin lugar a dudas un feliz curso de toda su vida):

La faz del santo es de facciones muy nobles correctas: grandes ojos almendrados, nariz fina y recta, cejas curvas boca entreabierta, lleva trabajada lengua y dentadura; los pómulos muy marcados y las mejillas adelgazadas. Muestra barba canosa, redonda y poblada, de mechones rizosos y apenas esbozados; la cabeza afeitada, la policromía figura el pelo pegado al cráneo. Su expresión es de amorosa dulzura; se gira en actitud de amparar al niño pobre situado a su derecha. Las manos han sido finamente trabajadas.

Viste sotana negra con botonadura, ceñida con fajín, y capa del mismo color, con cuello alto, que cubre la espalda. Se organiza el hábito en pliegues rectos que caen verticales hasta el suelo, sin apenas movimiento, dejando asomar el calzado. Solo se insinúa bajo las telas una leve flexión de la rodilla izquierda contrarrestando la inclinación de la cabeza a su derecha. San José va tocado con aureola de metal dorado. Las figuras de los niños presentan rasgos similares, muy cuidados y dulces, algo más redondeados los del niño rico: ojos grandes y expresivos, cejas pobladas, nariz y boca menuda. El pelo está poco trabajado, muy pegado a la cabeza en los dos infantes.

Mientras el pobre demanda el amparo del santo, el niño rico mira al espectador mientras sostiene un librito abierto en cuyas páginas puede leerse la fábula de El niño y el perro del Barón de Andilla.

Podemos decir que nos encontramos ante una obra de estética idealizada y amable –a veces dotada de cierto naturalismo historicista como el caso que nos ocupa- propia de los talleres valencianos de imaginería de principios del siglo XX que tanto se prodigan luego en los talleres catalanes y madrileños de escultura religiosa seriada. Se trata de una pieza en la que conviven la sencillez de formas y la falta de complicación de la composición general, junto al realismo en la interpretación de los detalles, la amabilidad de las actitudes, la dulzura de las expresiones y el gusto por el naturalismo en la interpretación de los atuendos. La finura del tratamiento de las diversas partes del grupo y sus calidades confieren bastante atractivo e interés a esta obra.